Estamos en una vorágine de crisis y periódicos manchados de ignominias, por tanto, ya nos hemos acostumbrado a recelar de los proyectos que no se resignan, de desechar las respuestas que suenan ambiciosas sin ni siquiera darles una oportunidad. Todo nos suena a viejo y a nuevo a la vez, y asistimos al mundo sin saber si queremos subir o bajar de la montaña rusa. Por tanto, ahí se plantean, de entrada, dos opciones: la del avestruz o la de la curiosidad – bien sea prudente o ávida de aventuras. Posiblemente, los de la primera, no sólo han escondido la cabeza bajo tierra, sino que ya han echado millas de esta web. Los segundos, quizás se esperan porque ‘token’ es una palabra que les suena, y porque si no, quieren que les suene, y tal vez acabarán contándole en cualquier sobremesa el significado a los primeros.
Token es una palabra potente, porque sólo tiene sentido si la entendemos en un contexto. Permítanme que se lo explique con una película llamada Cadena de Favores, en ella un niño planteaba que, si cada uno le hacía un favor a otro, y el otro al otro, y así sucesivamente, se resolverían los problemas del planeta. Entre palomitas y lágrimas sabíamos que eso no era posible, ¿cómo iba un niño a resolver el devenir de la Historia? Pero, al fin y al cabo, había sido la tesis de mucha gente antes. Isaac Newton, por ejemplo, dijo aquello de que para ver había que subirse a hombros de gigantes, es decir había que apoyarse en la inteligencia de los anteriores, para no partir desde el suelo, sino desde el esfuerzo colectivo. Una gran parte de la tecnología que tenemos a nuestro alcance procede de que los “informáticos” han ido creando plataformas donde se guardaban problemas y soluciones. Por eso, cuando no nos funciona algo y le preguntamos a un buscador, descubrimos que no somos los únicos, y podemos resolverlo con más información, y ganar tiempo para dedicarlo a componer sonetos o limpiar la cocina, todo igualmente necesario. Pero, alguien objetará que eso funciona siempre que no haya dinero de por medio.
Al interés no se le detiene apelando a su corazón, sino poniendo controles. A menudo, las instituciones nos generan el interrogante de quién controla a los controladores. La tecnología actual del Blockchain nos posibilita descomponer cualquier acción, para que necesite siempre del otro para verificarla. Y, además, hemos de sumarle las novedades del presente, donde poco a poco estamos sorteando – como saben – la limitación del espacio y del tiempo. Así que, cuando se hace una transferencia, hay una ingeniera en Brasil que tiene una de las llaves que abre una puerta, donde ve una parte del rastro, y a la vez un matemático en Sri Lanka, puede abrir otra parte. Por tanto, la tecnología hace que sea muy difícil establecer nichos de corrupción, porque hay un salto de velocidades, la codicia de esos ladrones sin escrúpulos no puede ir a la velocidad de la tecnología, pero tampoco de empresas que buscan asegurarla.
Están surgiendo diversas empresas que tratan de garantizar la circulación de servicios vía el intercambio de tokens, por ejemplo Taboow es una de ellas. Estas empresas lo que suelen hacer es verificar procesos y rastros, para que tras certificar los curriculums del dinero, con la conciencia tranquila de quién sabe que cualquiera de los otros no puede demostrar lo contrario, ni la ingeniera ni el matemático ni cualquier otro desconocido que acceda a otra pieza del puzle. Falciani es uno de los que ha propiciado este cambio, pero a pesar de que sus actos avalan sus intenciones, lo que pretende es tokenizar el mundo, es decir rebajar y multiplicar el compromiso de la sociedad y de cada uno con la transparencia. No queremos al superhéroe, queremos token y sociedades abiertas, pero sin dejar de creer en las posibilidades del cambio. Porque como dijo Sir Clarke, el creador de la odisea de 2001: “cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.”